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Foto del escritorBelen Salinas Medici

#4 El retorno a India

Claramente mi intención era seguir viviendo en India, por lo que mi boleto de vuelta fue un mes después del destierro de mi padre.

Al regresar entré en una persecución mental y cultural que tenía que ver con la falta de protección que sentía ante la ausencia de mi padre.

En la cultura tradicional hindú así como en la filosofía vaishnava, la hija es protegida por su padre hasta que se casa y es protegida por su marido y luego de anciana, es protegida por sus hijos. Así es como funciona. Dirás ¿Machismo? Yo diría que es relativo de acuerdo a la cultura en la que cada uno crece y la forma de vivir que lo hace feliz.

La cuestión era que yo no tenía ni padre ni marido, entonces me encontré ante esta situación en donde uno de mis maestros me dio a entender que una mujer soltera y occidental en india iba a ser complicado. Lo entendí y me puse en campaña. No se crean que fue tan fácil. En el contexto donde yo estaba, el contacto entre hombres y mujeres era casi nulo, pero sucedió que un compañero músico hindú, estaba interesado al igual que yo. Allí todo el procedimiento es más discreto. No es “te invito un café y nos conocemos”. Es hablar con su maestro espiritual o devotos practicantes que sean mayores, pedir recomendaciones, pedir permiso, leer su carta natal, chequear que sean compatibles y si todo va bien la forma de conocerse es en público y haciendo servicio juntos, sin ningún tipo de contacto físico (cero) y con mucho respeto. Esa es la instancia de compromiso. Si, leíste bien. Compromiso por 6 meses, conociéndose y luego casamiento. Así que, en esos 6 meses de compromiso hubo muchas idas y venidas y las principales diferencias venían de la diferencia cultural y de toda mi experiencia con mis ex parejas que él no tenía (nunca había tenido una novia). Era mi oportunidad para convertirme en hindú y empezar a armar mi vida allá, asique no lo pensé mucho ya que dentro de todas las diferencias, había muchas cosas que me gustaban y accedí a la ceremonia de fuego a la que fue toda su familia, amigos, etc. Creo que nunca fui verdaderamente consciente de lo que estaba haciendo, simplemente creí que era un arreglo de Krishna (la divinidad), una oportunidad para poder aprender del otro y crecer espiritualmente y poder servir a Dios en compañía de alguien más.



Recuerdo el día del casamiento fue un infierno literal, rojo como mi vestido, los dibujos en hena que me iba a poner mi suegra en los brazos nunca se concretaron, tuve que llamar a un artista de urgencia para que lo haga, estaba llena de cosas colgadas hasta de la punta del pelo, un calor de 40° con una humedad del 200%, frente al fuego donde se hacía la ceremonia, toda transpirada, con el maquillaje que me habían hecho todo corrido, sofocada de calor, la música que estaba tan alta que no lograba escuchar los votos que estaba haciendo, mis amigas más cercanas justo no estaban para esa fecha, fue gente que ni conocía, duró como 4 horas y cuando llego finalmente a mi casa, tenía a todos los familiares de mi esposo esperándome para hacer otro ritual que tenía que pisar en unos mandalas con flores en el suelo, y luego me pasaban unas hojas en la cabeza,

me limpiaban de no se que y no tenía ni idea que era, pero lo único que quería era dormir. Así con esa intensidad empecé mis peores días en India.




Me di cuenta de que había minimizado bastante el hecho de que las diferencias culturales y socio-económicas pudieran interferir en nuestro deseo por

ser “buenos vaishnavas (practicantes del vaishnavismo gaudiya)” por lo que la relación empezaba a hacer agua por todas partes desde el momento 1. Vivía enferma, estaba cansada de los hindúes, no los podía ni ver, me peleaba con todos porque siempre me querían sacar plata, si se me quedaban mirando los peleaba porque me molestaba que me miraran (ellos miran mucho a las occidentales porque somos blancas y son muy “curiosos”, dicen). Me empecé a enterar de cosas dentro de la congregación que me hacían mucho ruido, que me recordaban a los sacerdotes católicos pedófilos y a su encubrimiento por parte de la Iglesia. Me sentía juzgada por todos por no actuar como todos esperaban que yo actuara, me sentía totalmente hostil. Mi relación era un fiasco, no había comunicación, y me sentía encarcelada en un cuerpo intentando ser alguien que no era. Luego de unos 6 meses de peleas, discusiones, de irme de mi casa y volver, de irse él y después volver, vendí todas mis cosas y me compré un pasaje de vuelta a Argentina. Dije basta de esto. Esto se me fue de las manos y mi etapa aquí ya terminó. Le comuniqué sólo a él de mi decisión y me dijo: “¿Qué dice tu maestro espiritual de esto” a lo que le contesté algo como, “¡A la mierda con todo eso, yo no voy a pedir permiso a nadie ni a seguir manteniendo todo este sinsentido!” Aquí salió mi verdadero yo reprimido bajo un disfraz de mujer casta y sumisa. Finalmente el día que me voy, él se sentía mal, no lograba entender ya que para los hindúes el casamiento es para toda la vida y de hecho era lo que yo quería también, pero en el fondo de mi corazón totalmente desgarrado, me había dado cuenta de que algo no estaba funcionando, de que yo me había dejado de amar a mi misma, que me estaba faltando a mi misma y que por mi nivel de autoexigencia me había llevado más allá de los límites de lo que podía tolerar. Eso lo sabía sólo yo.

Le dije que no le guardaba ningún rencor, que no le echaba la culpa de nada, que entendía su forma de actuar totalmente influenciada por su cultura y la forma en que había sido criado pero que no podía vivir más así porque me estaba muriendo en vida.

Esta realización fue una de las más grandes y dolorosas que tuve, pero que aprecio un montón ya que me dio muchísima información sobre mí misma.



India fue como un viaje turbo al interior del ser, donde muchas cosas pasaron, y donde vi lo mejor y lo peor de mi misma. Donde me dejé engañar por mi ego espiritual creyéndome tener la verdad absoluta, creyéndome ser más o mejor que los demás y la vida me dio una zarandeada que me hizo tragarme el ego y regresar a mi país natal. Porque para llegar a la llamada iluminación o el estado de trascendencia, no se trata de cambiar el lugar donde vives, sino de aumentar tu nivel de consciencia, de ser coherente y conectar con tu ser interior.


Para mí, vivir conectado a una religión, a un sistema de creencias, de reglas y regulaciones, es vivir desconectado de sí mismo y desconectado del todo. Porque si tu creencia es diferente a la mía, entonces eso me separa y el ego surge de esa separación. Si hay separación no hay ni unión ni amor.


Aquí terminan mis caminos de fanatismo y empieza mi camino al relativismo, corriente filosófica la cual sostiene que no hay verdades absolutas y que todos los puntos de vista son igualmente válidos, por lo tanto la verdad es relativa a cada individuo.

Como dice Carl Jung “Cada Juicio que hacemos está condicionado por la personalidad. Y todo punto de vista es relativo”.

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